LOS EMBARRADORES
Hubo en Epecuén un oficio difícilmente hallable en otro lugar de Argentina: el “embarrador”.
Estos “embarradores” eran, además de expertos conocedores de las vetas milenarias de fango y de las técnicas de aplicación, simpáticos personajes de la villa.
Sus “gabinetes” eran usualmente precarias casuchas de maderas en donde podían refugiarse a las horas en donde el sol pegaba fuerte.
Para atraer pacientes, Don Diego Rios (1879-1955), contaba con originales carteles: “Un solo don Diego, un solo embarrador. Donde yo aplico barro huye el dolor”.
Todos los turistas, antes de volver a sus destinos, una fotografía querían llevarse con don Diego, o con “Toto Maravilla” con quienes habían entablado una relación de amistad durante la prolongada estadía y sus cotidianas embarradas.
En los años 40 aparece la figura de Alfredo “Maravilla” Rodrigo (1915-1996) como embarrador en Epecuen. "Toto" su otro apodo llegó un poco más lejos en su oficio, montando una especie de consultorio con solárium, sala con aparatología que aplicaba para todo tipo de dolores de articulaciones, huesos, problemas de cervicales, columna, etc.
Había nacido en Buenos Aires, llegando a Epecuén a la edad de 5 años con sus padres. Había empezado a trabajar a los 8 años con un masajista de nacionalidad alemana (llamado Otto) afincado en Epecuén. Para los 16 años se ocupaba de los pacientes, mientras su maestro supervisaba la tarea. Interesado en perfeccionarse, en 1952 se recibe de Kinesiólogo en La Plata.
Llegó atender 150 personas por día, trabajaba unas 16 horas diarias. “Maravilla” Rodrigo, con sus 1.95m y sus manos de gigante hizo decenas de milagros!
Su propiedad fue una de las primeras que se inundó, y por ello montó su “consultorio” en una pequeña habitación de calle San Martín al 800, lindero al Banco Provincia. Allí, hasta sus últimos días hizo magia en sus fieles pacientes.
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